lunes, 10 de enero de 2011

La Gran Madre y Abuela Latinoamericana


En la jornada de hoy, Latinoamérica perdió a la Abuela y Madre de muchísimas generaciones que crecieron con sus versos llenos de ternura, de poesía para todas las edades, de calidez, de "olor a hogar"... en fin, versos de amor. A poco de cumplir 81 años (hubiera sido el 1º de febrero), la naturaleza le dio el pase a la inmortalidad a María Elena Walsh, una de las poetisas y cantautoras más entrañables, más queribles de nuestra historia.


No debe haber persona que haya tenido infancia y todavía tenga corazón, que hoy no esté triste o al menos apenada. Una vez más, el mundo terrenal se ve desahuciado de alguien que derramó amor y calor sobre varias generaciones a través de sus poemas y sus canciones.

La Mona Jacinta, Chaucha y Palito, la Sirena y el Capitán, la Foca Loca, Manuelita, Osías, el Mono Liso, la reina Batata, Martín Pescador, Don Fresquete y varios más, quedaron huérfanos. Su tristeza es la de todos los que conocimos ese mágico repertorio de María Elena, de todos los que aprendimos a tomar el té, que conocimos el reino del revés o las brujerías del Brujito de Gulubú y la travesía de Manuelita desde Pehuajó hasta París, por solo nombrar algunas de las historias con las cuales nos deleitamos a través del tiempo.

La gran amiga de los niños de toda Latinoamérica (y por qué no del mundo, joder) nos dejó físicamente, pero su inmortalidad espiritual estaba escrita hace rato largo. No me voy a concentrar en su vida relacionada a la política, aunque haya sido muy importante como luchadora anti dictadura. Eso quedará para los que quieran hablar de María Elena Walsh y la política. Yo voy a hablar y extrañar a la María Elena Walsh que en algún momento y sin darme cuenta adopté como una abuela, pero una abuela que sabía cantar y que tenía una inventiva para contarme cuentitos de la puta madre.

"Pero un día se marchó" titulan varios portales de internet. Si, es cierto, pero su alma no se marchó, mucho menos su calidez. Todo eso vive y vivirá en los corazones de quienes supimos (¡¡¡y sabemos!!!) apreciar todo lo que nos contaste, lo que nos relataste y nos cantaste. Gracias por todo, María Elena. Gracias por hacer todo tan simple en un mundo que se iba pudriendo poco a poco. Vos tuviste la cabeza en su lugar y los huevos bien puestos para permitir que los niños sean niños, que no los hagan crecer de golpe como hacen ahora. Vos nos hiciste disfrutar la infancia como nadie, y nos volvés a llevar ahí cada vez que te escuchamos.



Gracias por ser la gran Madre y Abuela que tuvo Latinoamérica (y el mundo, aunque algunos no lo sepan).



Para terminar dejo un poema que ella escribió para cuando este momento llegara:


"Yo sé que estoy en vísperas de lo desconocido:
Un presagio madura tristemente en mi pulso.(...)

Que el silencio presida mi pavorosa angustia,
que nada en mí pretenda huir de lo inevitable.

Para sufrir más tarde el tiempo de las lágrimas
vivo ahora esta edad de sed y aprendizaje.

Todas las cosas deben florecer. Que el augurio
se nutra de mi sangre y cumpla su presente.

Como él es el paisaje que habitará el dolor
yo soy un sitio donde florecerá la muerte."

("Término", poema desde "Otoño Imperdonable", de María Elena Walsh. 1947).



Saludos.
Mauricio